Cuentos que, aunque parezcan, no son cuentos Cuento #3
Sep 05, 2025Capítulo 3: Si Hitler no hubiera tenido un micrófono
Pensemos cómo la palabra puede ser arma o puente
Hace un par de días en una discusión acerca de El largo camino hacia la libertad de Nelson Mandela me encontré con esta afirmación que, aclaro no es literal pero surge de las páginas de este poderoso documento: Nadie nace odiando, el odio se siembra y como toda siembra, necesita una tierra fértil y una voz que lo riegue. De esa conversación nace este cuento que para que no te adelantes no es precisamente sobre Hitler, ni tampoco sobre la historia que ya conocemos.
Te estarás preguntando entonces ¿sobre qué es? Te quiero hablar acerca de lo que no solo nos preguntamos: ¿Sería igual la historia si él no hubiera tenido un micrófono? ¿Cambiaría algo si su discurso no hubiera tenido eco?
Vamos para allá, te voy a contextualizar con la realidad que encontré acompañando a una empresa que estaba viviendo un fenómeno interno preocupante, no había gritos, ni insultos, pero las palabras empezaban a generar bandos, comentarios sutiles, bromas “inofensivas”, frases dichas con tono de “yo solo lo digo por tu bien”.
Y detrás de todo eso, una figura: una persona carismática, inteligente, - buena comunicadora -, que, sin levantar la voz, estaba polarizando al equipo.
Y aquí viene esa historia real (lee con cuidado, puede parecer exagerada, pero…)
Esta persona jamás usaba el miedo, usaba algo más sutil: la complicidad emocional. Decía lo que algunos pensaban, pero no se atrevían a decir. Hablaba de “los de antes”, de “los que no entienden el negocio”, de “cómo deberían ser las cosas”. Y cada frase, cada guiño, generaba risa o asentimiento, pero también dejaba fuera a alguien más.
Es aquí cuando Hitler hace su primera aparición en el acto, quienes lo hemos estudiado aprendimos que en 1933, él no necesitó disparar para tomar el alma de Alemania, que solo le bastaron dos armas: un Ministerio y una palabra (por favor analistas de la historia y de los conflictos no me caigan encima, en este caso estamos viendo el ángulo de la comunicación, la persuasión y la manipulación).
El Ministerio de Propaganda, liderado por Goebbels, no era solo una oficina estatal, era una orquesta sin partituras visibles con una sola función: controlar la relación. Cine, radio, periódicos, libros escolares, galerías de arte, todo tenía la misma nota: “Nosotros tenemos la verdad”. Pero no se decía con brutalidad, se decía con belleza, con aplausos, con estética.
A su vez, la Gleichschaltung (“coordinación”) no fue una invasión, en realidad fue el resultado de una sincronización, similar a la que ocurre cuando un genio alinea relojes o ajusta instrumentos. Las instituciones no cayeron, se adaptaron, las voces disidentes no fueron silenciadas de golpe, fueron desplazadas por las que “coincidieron”.
Y aquí empieza el eco, esa historia, que parece lejana y hasta superada se repite en formas más suaves, más sutiles, como lo muestra la persona en el cuento, que no lo es. Este líder no usaba el miedo, se apoyaba en la complicidad emocional, jamás gritaba, pero los demás bajaban la voz frente a él, no imponía, pero sus ideas colonizaban los pasillos, las reuniones, las decisiones.
Fue ahí donde sentí el escalofrío: La palabra también puede oprimir, sin necesidad de volumen y me acordé de esa frase que alguna vez escuché: “Si Hitler no hubiera tenido un micrófono, habría sido solo un loco más, pero lo tuvo y lo usamos como un arma”.
Así funciona la -propaganda moderna-. Es lo que ocurre cuando el poder no se muestra como control, sino como sentido común, las ideas no se presentan como mandatos, sino como “lo que todos ya piensan”, cuando el discurso no arrasa, pero convence con sonrisas, miradas cómplices y esa sensación de pertenecer al lado correcto, mientras otros van quedando fuera del cuadro.
Pero esta historia no termina aún, esta persona repetía lo mismo una y otra vez, sin matices, ni sombra. La técnica era simple: repetir hasta que se vuelva verdad. Mensajes cortos, emocionales, llenos de certezas, porque casi nadie se detiene a pensar en una frase que ya escuchó demasiadas veces.
Y en el fondo, el corazón del asunto: La gran mentira, no una pequeña falsedad, sino una mentira tan grande que nadie se atreviera a cuestionarla por completo, porque “jamás imaginarías que alguien podría ser tan desvergonzado”, así se justificó lo injustificable.
No hace falta gritar para construir un culto
A Hitler no solo lo escuchaban, lo veneraban. El culto al líder lo mostró como infalible, como destino, como patria encarnada, resulta que no era solo lo que decía, era cómo lo decía: Mitines con puesta en escena teatral, acompañados de discursos hipnóticos y acciones de ruptura como aparentemente retrasadas para generar expectativa, algunos dirían el poder de la oratoria convertida en ritual.
Ese mismo mecanismo de culto no vive solo en la historia, se filtra en lo cotidiano. En la empresa de la que hablo, ese líder no necesitaba un escenario ni reflectores, pero sí tenía su propio ritual: la pausa dramática antes de dar su opinión, la forma calculada de llegar tarde para que todos lo esperaran, la mirada que convertía cualquier frase suya en sentencia. No era solo lo que decía, era cómo lo decía.
Cada comentario suyo cargaba una puesta en escena invisible: silencio expectante, risas cómplices, repeticiones que hacían de sus frases un eco y así, poco a poco, no se le escuchaba: se le veneraba. Ese es el punto más peligroso: cuando un equipo deja de discutir ideas y empieza a seguir gestos, silencios y símbolos como si fuera destino.
Volvamos a la Alemania de nuestra historia, mientras las pasiones crecían, la censura trabajaba en silencio, los periódicos publicaban lo que el Ministerio dictaba, luego destruían las instrucciones, como si nunca hubieran existido y todo esto lo traigo a nuestro cuento para recordar que la palabra no es neutral y el silencio tampoco.
Si es necesaria distensión en este punto, para que de nuevo recuerdes que este cuento no es para comparar, es para despertar, porque a veces, en los equipos, en las comunidades, en los grupos de WhatsApp se va colando una narrativa que parece inocente y cuando te das cuenta, ya hay etiquetas, exclusiones y reina el miedo de hablar.
Porque los cuentos también avisan
Este cuento es una invitación a revisar las palabras que repites, las frases que validas, los discursos que dejas pasar “porque no es tan grave” y los líderes que sigues o que permites. Porque hoy, en tu entorno, hay micrófonos invisibles y no se necesita ser famoso, ni tener una tarima, solo basta con que alguien te escuche, te crea y te repita. Analiza si:
Tu palabra está sembrando exclusión sin quererlo. Tu silencio está protegiendo una narrativa que daña.
Tu omisión está fortaleciendo un líder que no va a construir.
Insisto, esto no es un cuento sobre Hitler de eso ya se ha encargado la historia, este es un llamado a despertar tu voz . Si este texto te movió, si sentiste un nudo, una incomodidad, un “esto pasa en mi equipo y no sé cómo ponerle nombre vale la pena ir más allá del análisis: Vamos a entrenar la conciencia ya darle cuerpo a la ética, para recordar que el lenguaje no solo construye cultura: la define.
Un abrazo
Paula